domingo, 30 de enero de 2011

Érase una vez Santa Fé ( parte I )

A veces es toda una aventura subirse al taxi, recuerdo que ese día todavía no salía el sol, pero debía llegar temprano a la cita, así que no me quedo otra alternativa en esa lujuriosa ciudad que parecía una selva, llena de la misma raza humana pero tan peligrosa, que caminar por las calles frías y serias para buscar un taxi, confieso que normalmente no ando sola por esas calles,  me resultan peligrosas, aunque bastante interesante.

Es así como salí de aquella casa, caminando un poco confundida por el frío que sentía, por la poca luz del amanecer, por que en mi ciudad, en ese otro México que cuando lo cuento parece que fuera otro país, el sol entra todos los días por tu ventana y te levanta acariciando las pestañas que poco a poco se despegan de tu rostro para saludar a la mañana, en donde los pájaros -pajaritos como románticamente les decimos las mujeres soñadoras-, cantando en tu ventana siempre te dicen que salgas a recibir esos rayos de sol, porque en mi tierra siempre hace calor, te bañas tres veces al día y no se te quita el sudor por un segundo. 


Por las tardes la gente acostumbra salir a las calles con sus sillas -eternas compañeras- a tomarse el café y ver el atardecer, a chismear y comerse a la gente viva, pero ese no era el México que mis pies pisaban en ese momento. 


Entonces ahí estaba yo, entre mi temblorina y mi caminar, esperando un taxi en una mañana que se disfrazaba de noche, entre las luces del antiquísimo farol, compañero de  esas calles viejas y mudas del distrito federal, hasta que buenamente se detuvo un taxi.

Nunca sabes lo que sucederá cuando tomas un taxi, siempre hay una historia diferente, una mirada en el retrovisor con diferentes intenciones, es una suerte cómo cuando avientas los dados, pero ya era tarde, ya era una pasajera más, bendiciéndome la frente como lo hacía mi madre cuando era pequeña, como cuando te llevan a la iglesia sin saber que es eso, pero que te llena de paz, porque es tu madre quien hace esa señal en tu cabeza en respuesta de que todo estará bien, que ella te protege, tanto o más que un Dios de cualquier religión. 

Pero bueno ahí estaba yo en el taxi, esperando que el taxista soltara de golpe la plática de ese día, realmente no tenía nada más que esperar, ya todo estaba decidido, vendido, resguardado, encargado, doblado y cuidadosamente metido en las maletas, siendo así no quedaba más que poner atención al presente, y a la plática del hoy, mi única preocupación era el poder mantener esa conversación, la cuál venía incluida en el servicio, venciendo el miedo de parecer que no interesada en su plática matutina, tal vez, sino porque siempre soy seria, y mi seriedad no me permite mantener una conversación con desconocidos, prefiero lo ya conocido, y no es mi culpa, así ha sido mi vida, acompañada de gente que conozco desde hace doce, quince años o toda mi vida, porque allá en mi otro México, el que mis nuevos amigos no conocen, todos somos conocidos de años, nos encontramos siempre que a la vida se le ocurre dar vueltas, ahí el tiempo no pasa, o al menos no pasa igual.

Buenos días señorita a donde la llevo, con un español normal, no tan de ciudad, tampoco callejero, un español de buen tono, coloquial y educado -  lléveme a la calle galileo de Polanco, sabe donde ¿no? 
– si claro que sé donde 
 bien pues vamos.

Emprendimos el viaje, comenzando con las historias, oiga, de donde es usted, porque su acento no es de acá. No era raro que el señor no pudiera reconocer que mi acento no era citadino, pero tampoco era del sur, mi acento era una mezcla de lo que quiso y nació para ser, o quizás lo que debía ser, eso se lo debo a mi madre, sin más, el señor infirió que yo no era citadina, solo asentí que era del sur, agregué que llevaba algún tiempo viviendo en la capital, para que no me quisiera ver la cara cobrando más del precio que marcaba el taxímetro, porque suelen ser así de tramposos. Para mi mala fortuna, lo provinciano se nota, aunque hayas viajado por todo el mundo, todo es un principio de vulnerabilidad, es como cuando le quitas una capa a la cebolla dejándola desnuda, cómo cuando eres nueva en la escuela, eres rara y hay que atacar.

- Si ya decía yo que usted no era de acá, pero no se apene, la verdad es que yo tampoco soy de acá, yo también soy del sur, pero ya tengo mucho tiempo viviendo acá, ya hasta me compre un departamentito, es que viera donde yo trabajo, pertenecemos a una asociación, de esas que juntan muchos taxistas, y bueno así conseguimos que nos dieran un préstamo para tener nuestra casa, y hasta pensión vamos a tener, porque comprende usted, uno se hace viejo y no puede manejar para siempre
– Sí es cierto, pero que bien que tenga usted tantos beneficios 
- Si la verdad es que me gusta esta asociación, ya tengo doce años ahí, y en 5 años más termino de pagar mi departamentito, lo arregle bien bonito, todavía no hay muchos muebles, pero se siente bien estar en casa, tengo una recámara, la cocina, la sala, el baño, y un cuartito extra pero es muy pequeño, que disque para visitas, pero lo mejor es la zona, figúrese usted, esta en Santa Fé, ¿conoce?.

Que si yo conocía Santa Fé, la verdad es que hace veintiséis años atrás no conocía, pero ahora porque venía esta pregunta hacia mi, atacándome como un cuchillo, que esta a punto de estrellarse en el vacío del que no esta, pero estuvo, y que se quedo en Santa Fé, pues ahí estaba yo otra vez vulnerable, desnuda frente a un desconocido, que no sabía y no tenía porque enterarse que ahí esta la razón por la cuál hoy estoy tomando un taxi en esta jungla de lobos, no de jaguares como en mi tierra, y ojala fuera todo tan fácil como en el pasado, oyendo esa voz detrás del teléfono que dulcemente decía aquí esta su chofer señorita Deisy, sólo alcance a  murmurar, 
- Qué bien, es una zona cara ¿no?, 


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