lunes, 31 de enero de 2011

ÁRBOL

Las ramas que mantienen prisionero el pensamiento, que no deja caer la hoja del árbol, que no se resigna a ver morir una parte de su vida, otra historia.

Así pasa aquel árbol observando la historia, árbol de la selva, cálido, verdoso, de cuello alto, con troncos anchos que es imposible abrazarlo completamente, con brazos varios, largos también, con hojas grandes, que buscan los primeros rayos de sol, que siempre recibe antes que sus hermanos árboles, por eso creció tanto, para recibir las primeras aguas y proteger a sus hermanos, para bañarse de sol y dejar colar entre sus hojas los pequeños rayos que necesitan sus hermanos más pequeños y que si recibieran más, morirían. 

Ahí estaba el árbol grande, el árbol viejo, mirando los días pasar, mirando no más, como iban y venían los pequeños seres que si se podían mover de lugar, mientras él, permanecía entero, cuidando su espacio. Lo más raro que el veía es que iban y venían, siempre los mismos, entonces se preguntaba, ¿para que se van?¿y para que regresan? ¿porqué no se quedan bajo mi cobijo, como mis hermanos árboles?

Veía el tiempo pasar y a esos seres que iban cambiando, antes eran morenos todos, desnudos, piel roja al sol, diminutos, cabello largo, negro. Ahora venían con pequeñas hojas tapándoles algunas partes de su piel roja, con plumas en la cabeza, con pinturas en esa piel; iban y venían, ahora más tapados, menos rojos.

De repente vio otros seres, se parecían a ellos, caminaban con dos patas, pero la piel no era roja, bueno al menos las partes que se podían mirar desde arriba.

El árbol tuvo que preguntarles a sus hermanos, y así tener una idea clara de este nuevo ser, eran de piel blanca, con cabellos largos también pero rizados, mucho más cabello, menos plumas, más brillantes tenían algo que los cubría de cuerpo entero, era como la luna plateada, en esas noches de descanso.

El árbol pensó, ¿serán seres de la luna? Y así vio pasar a los seres de la luna corriendo detrás de los seres de piel roja, los de piel roja pasaban huyendo rápidamente, escondiéndose, y comenzando a trepar los árboles.

Así se encontró una mañana despertándose de una larga siesta, con un ser de piel roja en una rama, dormido todavía. Levanto una rama para que dejará colarse al sol y así despertar a este ser de piel roja, para el cual tenía muchas preguntas.

El ser de piel roja dijo llamarse Maya, lo saludo con gesto de hermandad, el árbol le pregunto, ¿y porqué estas acá hermano? – porque no puedo dormir más en la tierra, corro peligro. El árbol no entendía, pregunto de nuevo, ¿qué pasa en la tierra? – el ser Maya dijo, han llegado otros seres, que nos persiguen, que nos matan, que beben nuestras aguas, que queman nuestro maíz, y ahora tenemos que vivir de las frutas de los demás árboles, tenemos que dormir bajo sus regazos, tenemos que escondernos en sus ramas y en sus troncos. ¿Me podrías enseñar a ser árbol, hermano? – el árbol miro con un poco de espanto la historia, pero acepto enseñarle como ser árbol.

Y ahí entre la selva se unieron, quedando en un solo ser, un solo árbol, una sola piel roja, mimetizados en la magia del pasado, que aún en nuestros días siguen vivos, en el latir de los corazones, por eso cuando al árbol de la selva lo hieren, gotea sangre roja, de aquel piel roja que unió su alma a su hermano árbol.

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