jueves, 3 de febrero de 2011

Primitiva.......... joya valiosa ( II PARTE )

Margarito, un joven alto, moreno, ojos nobles, sonrisa contagiosa, que cuando se encontró con los ojos rojos de Lorenza, ella se lanzo hipnotizada a esa presencia extraña, mientras a él tras esa mirada llorona de Lorenza, sólo se le ocurrió contar un cuento divertido, del tío coyote culo quemado, que su madre le contaba de pequeño. A las risas de Lorenza, salieron más cuentos y poemas, que Margarito se había aprendido de memoria, pensando que un día los contaría tan apasionadamente que su público lo amaría, y así fue.


Se quedaron un rato riendo a carcajadas, seguidas por el eco de la montaña, empapados por la pequeña brisa, danzando, cantando, al final, felizmente agotados, regresaron con el ganado, se separaron en el camino.


Lorenza nunca más dejo de ser inmensamente feliz, ni tampoco dejo de ser la fiera indomable y lépera que Margarito conoció. Conquistada por esa mirada noble que fue su compañera fiel hasta la muerte, tuvieron cuatro hijos, todos ellos variados, de chile, de mole y de cambray, dijera la señora que vende tamal.


Jovita, blanca y transparente, rebelde y lépera como su madre; Antonia una morenita alegre, carácter lépero también, pero con la mirada noble de su padre; Lidia ni blanca ni morena, más bien trigueña, tibia sin ir ni venir; por último el pequeño Pedro, diminuto, delgadito, morenito como su padre, y con esos mismos ojos, de la madre, igual que Lidia.


Así los dos felices convivían y disfrutaban su vida ranchera, comprando y vendiendo ganado, trabajo realizado por Doña Lorenza, mientras Don Margarito se encargaba de las letras de los cuatro hijos, iba y venía con los cuatro del pueblo, pero no había dolor de cabeza más grade que el que le causaba Jovita, cada día era una historia nueva, escapándose de la escuela, corriendo hacia el rancho.


Una vez la ato a la silla del salón de clases, un poco harto de los berrinches, pero después de cinco minutos volvió, la desato, la beso en la frente y la dejo partir. Jovita había ganado la batalla a los ocho años apenas, y desde entonces se quedó con su madre en la casa.


Lorenza era una mujer muy lista, le enseño a la niña el manejo del negocio, a revisar el trabajo en el corral de ganado, revisar la siembra, al salario justo y a dar órdenes fuertes pero prudentes, siguió aprendiendo a ser tan lépera como su madre y así creció Jovita, feliz, maleducada, apasionada por saber cuando se siembra, cuando se compra o se vende ganado, a defender su posición de mujer frente a los comerciantes que de vez en vez trataban de verle la cara, lecciones que a Jovita la hicieron fuerte, sin saber que eso le serviría años después.


Poco le gustaban las tareas del hogar, poco aprendió de la casa, ni siquiera a dar órdenes para la cocina y cocinar menos, ni saber organizar la limpieza, eso era lo que menos le preocupaba, pensaba que sería fácil dar órdenes de hogar cuando tuviera que hacerlo, para eso tampoco se estudia, pensaba. Y así pasaron los años, Jovita crecía entre el ganado, la siembra y los trabajadores, mientras sus hermanos seguían yendo a la escuela, entre libros y letras.

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