lunes, 15 de agosto de 2011

mi Breve observación


La población en México esta compuesta por más de 100 millones de habitantes, la mitad son mujeres de las cuales el 25 por ciento habita en comunidades rurales[1] y 10 millones de ellas pertenecen a un grupo indígena.[2] Es decir que el 80% de las mujeres rurales es indígena también, que habitan mayoritariamente en Oaxaca, Yucatán y Chiapas[3], dentro de las principales etnias indígenas en México se encuentran los Náhuatls, Mayas, Mixtecas, Zapotecas, Tzeltales, Tzotziles y Otomíes .[4]

Chiapas es un estado pluriétnico, de comunidad mestiza  e indígena, en donde de acuerdo al censo del 2005, la población de 5 años y más, que habla una lengua indígena es de 957 255 personas, el 26% de la población respecto a ese rango de edad. De este porcentaje de la población el 50.4% son mujeres, es decir 482 000, de las cuáles el 31.4%[5] son monolingües, condición que las limita en el acceso a servicios básicos de infraestructura, educación, salud, así como el fortalecimiento de sus capacidades ya sea a través de la educación formal o informal. De acuerdo a las cifras del INEGI, la población femenina indígena registra un nivel bajo de participación económica, niveles que se pueden asociar a los patrones culturales de las etnias.


Al sur de México se encuentra ubicado Chiapas, frontera con Guatemala, que cuenta con 4,523,359 millones de habitantes, de los cuales poco más de la mitad son mujeres y la tercera parte de ellas son indígenas, cuyo índice de marginación destaca entre los más altos del país, así mismo más del 80% de los 118 municipios que lo componen, están considerados de alta y muy alta marginación, con un índice de desarrollo humano de 0.7303 que se equipara al índice de países de Centroamérica como el Salvador y Honduras. 

Chiapas es un estado tradicionalmente agrícola dueño de ancestrales latifundios en la producción de maíz, café, caña de azúcar entre otros, así mismo se realizan actividades agropecuarias principalmente la ganadería.

El campo es el sector en donde históricamente han trabajado las comunidades indígenas hace 500 años para su sustento alimenticio, después como peones de las fincas de los grandes latifundistas del estado, sin ser propietarios de las tierras. Actualmente la agricultura se realiza un poco para su propio sustento alimenticio y otro tanto destinado a la comercialización, sin embargo el campo ha sido uno de los sectores más abandonados en los últimos años, por ello se han presentado movimiento migratorios del campo a la ciudad, abandonando sus tierras y siembras, para ocupar puestos de trabajo en las ciudades urbanas desarrollando nuevas profesiones como: albañiles, taxistas, choferes, comerciantes minoristas o mayoristas, en algunos casos.

Actualmente se puede ver que Chiapas no ha quedado lejos del modelo neoliberal que se ha adoptado en México a través de las diferentes corrientes políticas, en donde ha optado por la liberación de mercados, propiciando así la eliminación de subsidios para los campesinos, dejando condiciones más favorables a la importación de semillas, granos, fungicidas, fertilizantes,  productos alimenticios y productos de consumo, que lejos de promover la competitividad y proteccionismo del mercado doméstico, incita a la promoción de la instauración de modelos de mercado externos.

Estas migraciones han propiciado un aumento o quizás una visibilización de la participación de las mujeres en el campo, “la feminización” de la fuerza de trabajo agropecuaria encargada ahora a las mujeres indígenas, que aún sigue siendo invisibilizada mayoritariamente, por ellas y por la comunidad. Ellas todavía no aparecen en las estadísticas, ni se perciben en el medio social como parte de un ciclo económico, dejándolas en una posición inequitativa y poco valorada.


Esta situación en Chiapas, deja percibir un ambiente de desigualdad en el ejercicio de los derechos como ciudadanas dentro de su comunidad y a nivel estatal, dejando a las mujeres indígenas como simple “amas de casa” desvalorizando su participación en las actividades productivas y limitando su participación en las decisiones comunitarias quedando a expensas de la presión social, que les reprime la voz.


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